
“Todos los cristianos de cualquier estado o condición, están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre”[4], debemos mirar el matrimonio como un verdadero camino de santidad. Los esposos deben velar el uno por el otro, de encontrarse siempre en la gracia de Dios que emana de la fidelidad en su amor durante toda su vida. “Cuando esto no se da hay que preguntarse si el egoísmo, que debido a la inclinación humana hacia el mal se esconde también en el amor del hombre y de la mujer, no sea más fuerte que este amor. Es necesario que los esposos sean conscientes de ello y que, ya desde el principio, orienten sus corazones y pensamientos hacia aquel Dios y Padre”[5]. Así los esposos entienden la necesidad de la santidad dentro de su matrimonio, encontrando de este modo el sentido de su vocación y por tanto de su vida. De esta manera educarán a sus hijos y les transmitirán de forma adecuada la doctrina y las virtudes cristianas heredándoles también el anhelo por la santidad, convirtiéndose para nuestra sociedad en un ejemplo de inagotable y generoso amor, siendo testigos y colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia.[6]
[1] Juan Pablo II - Carta a las Familias, página 04 - Editorial Salesiana – Lima, 1994
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 1657
[3] Lumen gentium, 11
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, 825
[5] Juan Pablo II - Carta a las Familias , página 16 - Editorial Salesiana – Lima, 1994
[6] Lumen Pentium, 41
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